Son las 8 de la mañana y ya estamos en el autobús. Ha habido que madrugar algo. Hoy cambiamos de hotel, los últimos días hemos dormido en Vigo, y a partir de ahora lo haremos en Santiago. Hemos debido recoger nuestras cosas, hacer la maleta y desayunar; pero a pesar de todo, salimos a tiempo camino de Redondela, donde dimos por concluida la etapa anterior.
Retomamos nuestro caminar, justo en el albergue, donde lo dejamos ayer. Antes de comenzar saludamos a un grupo de peregrinos, de la zona de Levante, que conocimos en nuestra anterior jornada y entre los que se encuentran algunos sanitarios. Hoy nos esperan 18,2 kms y, después de los 34 ya recorridos, se va notando algo el cansancio en los pies. Cuesta arrancar.
Las calles de Redondela aún están vacías cuando comenzamos nuestra marcha. Pronto alcanzamos el campo y de nuevo nos encontramos con el paisaje minifundista gallego. Las parcelas perfectamente cuidadas parecen trazadas con tiralíneas; y en los bordes siempre nos encontramos con los emparrados, cargados de racimos de una uva pequeña y ácida. Hay trozos en los que nos toca caminar por el arcén de la carretera, lo que se hace bastante incómodo. A medio camino, entre la población que dejamos y otro conjunto de casas, encontramos en un recodo del camino, una hornacina incrustada dentro del muro de una vivienda, con las más variadas figuritas, estampas y dedicatorias.
Algunos vamos en el grupo de cola. Es una experiencia nueva para nosotros, a diferencia de otros años, en que fuimos en el grupo de cabeza. Aquí hay que esperar a los rezagados, controlar los despistes y convencer a todo el mundo para ir lo más agrupado posible.
A media jornada, caminamos un rato junto a nuestro compañero Rafa. Sin quererlo o quizás queriéndolo, acabamos haciendo una reflexión de lo poco que se necesita para vivir. De lo fácil que es despojarse de tantas cosas innecesarias, materiales, físicas y mentales, y de lo ligero que se siente uno al hacerlo. Quizás sea una de las conclusiones que debamos extraer de nuestro camino.
Cuando seguimos profundizando en el tema, alguno llegamos a la conclusión de que ese ejercicio, el de despojarnos de todo lo innecesario, quizás fue el primero que tuvimos que hacer tras nuestro episodio cardíaco Y antes de volver a retomar nuestra vida, esta vez sí, sin tantas complicaciones.
Sobre la 1 de la tarde, y junto a unos maizales, llegamos a la capilla de Santa Marta, donde un paisano nos sella nuestra credencial y nos cuenta el interés de todos en mantenerla cuidada y en prefecto orden.
Un largo tránsito por el arcén de la carretera, y tras cruzar bajo las vías del tren, nos hace entrar en Pontevedra. Pronto nos encontramos con el albergue de La Virgen Peregrina , final de nuestra etapa.
Tras un almuerzo, que hacemos por grupos en un bar frente al albergue y donde conseguimos acabar con todas las previsiones del establecimiento, nos disponemos para la marcha. Subida al autobús y camino hacia Santiago. Otra etapa terminada… mañana será otro día.
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