Quinta etapa: Finisterre

Por Escuela de Pacientes - 5:49

Fisterra

Muy temprano comienza nuestro dia; a las ocho, aun de noche, todo el mundo se encuentra en la recepción del hotel. La vista es preciosa, está amaneciendo, y los distintos colores de  la luz se reflejan sobre el agua del mar, que se encuentra al otro lado de la calle.

Se nota el cansancio. En el autobús no hay tanto jolgorio de inicio como en anteriores jornadas. Llegamos pronto, desde Corcubión, donde hemos dormido, hasta Sardiñeiro; apenas da tiempo, para iniciar una cabezadita.

Hay que coger la mochila, y comenzar de nuevo. Transitamos por las calles del pueblo, aun desiertas. El camino nos lleva hacia el mar, a una cala preciosa, el sol está acabando de levantarse, y se hacen las primeras fotos.

Continuamos hasta llegar a Finisterre. Antes de llegar a esta población, nos incorporamos a un sendero que va a lo largo de la costa, bordeando la playa. Mucha gente del lugar da su paseo matutino. Todos saludan con entusiasmo.

Estamos en Finisterre, en el "Fin del mundo", lo que para nuestros antepasados así era, a todos nos impresiona. Es como si todo terminara aquí.

Tras pasar Finisterre, continuamos nuestro camino. Mucho de él transita por carretera, paralelo a la costa con unas vistas del mar, que siempre nos acompaña,  impresionantes. A media mañana, una bruma espesa, parece querer cubrirlo todo. Pasamos varias pequeñas aldeas, mitad fantasmas, mitad reales, de las que nos queda constancia que están habitadas, por sus vacas y, sobre todo, por sus gatos.

Hacia el mediodía, nos adentramos por una camino, entre árboles, que en sus tramos despejados, nos permite ver que el sol acaba venciendo a la bruma.

Son las dos de la tarde y estamos en Lires. Un reconfortante caldo gallego, nos espera, y nos hace reponer fuerzas.

Por la tarde, hemos tenido ocasión de presenciar la puesta del sol desde el  faro de Fiesterre. Había decenas de personas, a uno y otro lado del monte, mirando hacia poniente. Y sorprende el enorme silencio, las pocas palabras que se oyen, son en voz baja.

El sol cae poco a poco, y cuando su anillo de fuego, desaparece en el mar, espontáneamente, alguien comienza un aplauso. Todos le seguimos.

Una vez que termina, y como si del mejor espectáculo se tratara, todo el mundo vuelve camino abajo, con una gran cara de satisfacción. Hemos presenciado un espectáculo, que no por repetido, deja de sorprendernos.

Los antiguos peregrinos, quemaban en este punto, las prendas y el calzado de su peregrinar. Algunos de nuestros compañeros lo hacen.  Hemos reflexionado, mientras el sol muere, nos hemos "cargado" con su energía, mientras se oculta en el mar, y hemos olvidado, al quemar simbólicamente nuestros objetos, todo aquello que queremos dejar atrás. Quizás, muchos de nosotros, también hemos querido dejar atrás ese episodio de enfermedad que nos hizo replantearnos nuestras prioridades, y en general nuestra vida.

Con la llegada a Muxía, mañana será nuestra última etapa. Comienzan los primeros comentarios de organizar alguna actividad, para el próximo año.
                                                                                                                    Un peregrino con corazón

                                                                                            

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